Créanme, cuando me entero de noticias sobre separación de parejas me cuestiono y me ataca cierto temor. Es que cuando comenzamos una relación nos imaginamos con esa persona el resto de nuestros días. No pensamos en todo lo que puede pasar en el camino, simplemente nos hacemos de la idea que estaremos juntos “para siempre”. Sin embargo, no hay garantías. ¿Es posible que se acabe el amor? ¿Es posible que cambien nuestros sentimientos? Seamos honestos, ¡claro que es posible! Ya lo dijo quien lo dijo: “el amor es como una planta”. El amor es un ente, está vivo. Se nutre y desnutre; crece y se desvanece. Soy fiel defensora de la vida en pareja. De hecho, me choca y fastidia como han querido hacer del matrimonio un martirio, del romance una “charrería” y de las relaciones una cadena perpetua. Estamos claros que no todo es perfecto, pero no lo es en ningún “estado civil”, ni casados ni solteros. Todo tiene sus chulerías y retos. Ahora bien, aún siendo una romántica
¿Por qué será que se nos hace tan difícil aceptar que nos equivocamos? La gran mayoría de nosotros ha declarado, alguna vez en su vida, lo imperfectos que somos los seres humanos. Sin embargo, cuando esa imperfección se manifiesta nos cuesta reconocerlo o, peor aún, pedir perdón. Es increíble cómo estamos dispuestos a perder relaciones antes de asumir la “culpa” o responsabilidad de una equivocación. Enamorados, hermanos, mejores amigos, se convierten en enemigos, muchas veces, antes de abrir el espacio a un diálogo vulnerable, humilde e “imperfecto”, en el que se expongan las incomodidades y se genere la oportunidad de aprender y comenzar un proceso de sanación. Hablamos de un mundo intolerante como si nosotros no formáramos parte; pero no miramos el escenario cercano, el propio. No nos damos cuenta de lo fácil que desechamos y descartamos a la gente, que nos enemistamos con personas, antes de conversar, razonar, sincerarnos con la intención de establecer, de sentir y de estar en PAZ. La matemática es simple; la suma de pequeñas