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https://youtu.be/H5CbcNtQRLw

Cuando se trata de aplicar reglas y hacer las cosas “correctamente”, la gran mayoría de las personas nos podemos creer la excepción. Es un mosquito raro que en algún momento nos pica a todos.

Está la persona que bebe y jura que ella sí se puede controlar. Las demás personas no, solo ella porque aguanta. 

O quién rebasa un semáforo con la luz luz roja y jura que no va a chocar. A las demás les puede pasar, pero a esa persona no. 

La persona que comete un acto ilegal y jura que no la van a agarrar, que no tendrá que pagar, que está por encima de la ley.  

O quien no toma las medidas preventivas, no se pone la bendita mascarilla y jura que de ningún virus se va a contagiar. 

“A todos menos a mí”, esa es la consigna. 

Nos olvidamos de las consecuencias y pasamos por alto el deber. Inconscientes o intencionalmente conscientes, nos creemos especiales. Y no podemos negar que a muchas personas les sale la jugada, se salen con las suyas y se sienten intocables. Pero ¿cuánto puede costar tomarnos el riesgo? Si siempre tenemos la posibilidad de hacer las cosas bien. 

Entonces, cuando no nos sale, cuando no somos la excepción y sufrimos los efectos de una mala decisión, queremos darle para atrás al tiempo, queremos una segunda oportunidad, queremos hacer bien lo que en un principio escogimos hacer mal.

Hacer las cosas como se deben no es para vagos, mediocres ni incompetentes. Hacer las cosas como se deben es de quien se respeta a sí mismo y considera a los demás. De quién comprende que convivimos en un mismo mundo y que a veces es mejor pasar un poquito de trabajo, sacrificar el placer o el impulso para no tener que padecer y mucho menos lamentar. 

Como siempre, les comparto esta reflexión con mucho respeto y todo mi cariño, por si les tiene sentido. ¡Les quiero y me quedo corta!

Yz Cifredo [7.dic.2020]

Yizette Cifredo

Motivadora, Comunicadora y Optimista Compulsiva

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