Y nos sentimos mal, menos, culpables cuando llegan retos que nos derrumban. Que dan duro.
Pedimos disculpas cuando el sentimiento nos arropa y no podemos evitar las lágrimas. Cuando nos dejamos afectar por una pérdida. Cuando pasar por un problema personal nos desubica, nos desequilibra, nos inquieta.
Nos excusamos, disimulamos, aparentamos que todo está bien cuando algo anda muy mal porque la vida va tan rápido y las exigencias son tantas que no nos damos ni nos dan el break de sufrir en paz.
La gente te dice que botes el golpe, que te sacudas el dolor y des tu mejor cara. Que que tomes de ejemplo a quienes viven tragedias “peores” y siguen como si no pasara nada.
Es como si no fuera natural, como si estuviera mal padecer. Como si ser vulnerables fuera sinónimo de debilidad y como si ser débiles fuera un crimen. Y es que hacemos de mártires héroes y creemos que aguantar y aguantar el dolor es lo que nos hace fuertes.
¡Saben! También es de fuertes cansarse y llorar. Es de valientes pedir ayuda a la familia, una amiga, un psicólogo, un psiquiatra, un guía espiritual.
No tienes que poder con todo. Ser fuerte, de hecho, ser optimista no es evadir ni evitar la realidad. Aunque miremos el aprendizaje y la oportunidad, nos damos permiso a sentir, a molestarnos, a llorar.
Ser vulnerable o buscar ayuda no es de débiles ni de locos. Una palabra que se ha demonizado, distorsionando la importancia de sentir y manejar nuestra vulnerabilidad.
En todo caso, es de locos coartar el derecho de sufrir cuando algo duele o lastima; o querer ser invencible sin que nadie no extienda una mano. En todo caso, es de «locos» seguir y aguantar el dolor sin darse el permiso de simplemente ser humano.
Como siempre, les comparto esta reflexión con mucho respeto y todo mi cariño, por si les tiene sentido. Les quiero y me quedo corta. ¡Eeeeeh Juá!!!
Yz Cifredo [15.julio.21]
Muy cierto, gracias