Rostros cansados, parejas distantes, hombres desesperados y mujeres con prisa. Mientras todo parece catastrófico y aburrido en el mundo de los adultos, en la cara de los niños sólo hay sonrisas. Los que están enfermos, aunque un poco «changos» y menos enérgicos, encuentran cómo divertirse. Aquellos que gozan de salud no coartan su energía. Aunque la gente grande les interrumpe la aventura, más temprano que tarde, se recargan y retoman sus juegos. ¡Sí, sus juegos! Es que no importa el lugar, su mera presencia justifica la celebración del encuentro. Los niños que no se conocen se tratan como hermanos. En el caso de los adultos, es distinto. Los que no se conocen, siguen siendo desconocidos: desvinculados y desconfiados.
Mientras pasa el tiempo en la sala de espera, nos perdemos una maravillosa lección de vida impartida por los que, como han vivido poco, se mantienen puros y mucho más sabios.
Yz [11.Julio.2013]
Genial! Tan corto y tan conciso. Besos 🙂