Transitando la calle de los 30 que me lleva a la avenida «los 40«, ciertos asuntos van tomando notoriedad. Agradezco los genes de mi amada madre que juegan a favor, sin dejar tanta evidencia del pasar del tiempo. No porque “el pasar del tiempo» sea malo ni bueno, sino porque vivimos en un mundo visual y físico que aspira a la inmortalidad y a la eterna juventud. Que se esfuerza más por aparentar que por ser. Que la percepción impera sobre la esencia.
Por el momento, he optado por llevar el color natural de mi cabello y algunas “canas” resaltan muy alegres. Ellas son muy… ellas. Mientras millones de cabellos oscuros descansan uniformes, ellas vivarachas celebran pareciendo gritarle el mundo «estamos aquí». A veces, hasta las envidio. Su levedad y ligereza, las liberan. Se mantienen ágiles, dinámicas y muy «erectas». No hay «spray» de cabello que pueda con ellas, por más «super extra hold» que sea. Siendo honesta, no son muchas, son -literalmente- dos o tres, pero tienen su fuerza. ¡Hasta nombre les tengo! Sin alusiones personales, son los nombres que van con ellas: Marga, Lidi y Reina. Sí, son todas nenas.
En fin, son tan poderosas que son la musa de este escrito. Llama mi atención, la reacción de algunas personas cuando ven esas dos o tres canas. ¡Cuanta preocupación por envejecer! ¡Cuánta obsesión por ir en contra de la naturaleza! Soy fiel creyente de cuidarse, de ocuparse de la imagen como resultado orgánico del cuidado de la mente y del espíritu. Sin embargo, me choca el empeño por escondernos, negarnos y rechazarnos. Queremos ser un modelo aceptado o «perfecto»; no sé para quienes ni tampoco qué rayos significa serlo. Queremos detener el tiempo y estancarnos en un momento, en una etapa, sin dejar rastro.
Estoy a favor de los cariñitos y truquitos que queramos hacernos. No tengo problema con los cambios o «mejoras» que los avances de la ciencia permitan realizarnos, porque los he hecho. Mi indignación es con la forma en que lo natural se critica, se «bullea» y se condena. No estoy de acuerdo con hacer sentir incomoda a la gente con su físico natural, con las características que nacieron o con las que tienen, por consecuencia natural del tiempo. ¡Qué triste que hagamos de lo humano, algo «feo»! Que hagamos que las personas se rechacen a sí mismas, y no quieran ser ellas o ellos.
Familia, no hay pelo malo ni arrugas vanas. No hay tez muy oscura ni muy clara. Lampiño o velludo; albino o calvo; voluptuosa, gruesa o delgada; alto o bajo; pieles tonificadas o flácidas; somos como somos, o como hayamos escogido. Lo digo y lo repito, la comparación para distanciarnos no sirve de nada. Es que no somos iguales, y ser diferentes no nos aleja, nos amplia y equipara.
Quien pueda «restarse años» que lo haga y quien no que los lleve con dignidad y gracia. No quito que en un futuro vista a mis amigas de colores, pero por ahora, las llevo como las llevo. ¡Qué vivan mis canas maestras! ¡Qué vivan mi Reina, mi Lidi y mi Marga!!!
Yz [30.junio.2015]
Me encantó este escrito…! Si me aparecen mis canas las dejare ahí por que son inicios de un nuevo año y nuevo vivir…! Cada vez que le veo una a mi mamá se le doy un besote…! Jejejjejejeje…!