¿Por qué será que se nos hace tan difícil aceptar que nos equivocamos? La gran mayoría de nosotros ha declarado, alguna vez en su vida, lo imperfectos que somos los seres humanos. Sin embargo, cuando esa imperfección se manifiesta nos cuesta reconocerlo o, peor aún, pedir perdón. Es increíble cómo estamos dispuestos a perder relaciones antes de asumir la “culpa” o responsabilidad de una equivocación. Enamorados, hermanos, mejores amigos, se convierten en enemigos, muchas veces, antes de abrir el espacio a un diálogo vulnerable, humilde e “imperfecto”, en el que se expongan las incomodidades y se genere la oportunidad de aprender y comenzar un proceso de sanación. Hablamos de un mundo intolerante como si nosotros no formáramos parte; pero no miramos el escenario cercano, el propio. No nos damos cuenta de lo fácil que desechamos y descartamos a la gente, que nos enemistamos con personas, antes de conversar, razonar, sincerarnos con la intención de establecer, de sentir y de estar en PAZ. La matemática es simple; la suma de pequeñas
Transitando la calle de los 30 que me lleva a la avenida “los 40“, ciertos asuntos van tomando notoriedad. Agradezco los genes de mi amada madre que juegan a favor, sin dejar tanta evidencia del pasar del tiempo. No porque “el pasar del tiempo” sea malo ni bueno, sino porque vivimos en un mundo visual y físico que aspira a la inmortalidad y a la eterna juventud. Que se esfuerza más por aparentar que por ser. Que la percepción impera sobre la esencia. Por el momento, he optado por llevar el color natural de mi cabello y algunas “canas” resaltan muy alegres. Ellas son muy… ellas. Mientras millones de cabellos oscuros descansan uniformes, ellas vivarachas celebran pareciendo gritarle el mundo “estamos aquí”. A veces, hasta las envidio. Su levedad y ligereza, las liberan. Se mantienen ágiles, dinámicas y muy “erectas”. No hay “spray” de cabello que pueda con ellas, por más “super extra hold” que sea. Siendo honesta, no son muchas, son -literalmente- dos o tres, pero tienen su fuerza. ¡Hasta
Por los siglos de los siglos hemos repetido la “teoría” de que no somos perfectos. Lo cierto es que para establecer que no lo somos, tenemos que saber qué sí lo es. Es como cuando queremos determinar si un examen de biología o historia se contestó correctamente. Existe una medida, una referencia fundamentada en datos, hechos, cálculos, etc. Recuerdo que –por lo menos en mis años escolares en Bayamón– le llamábamos “la clave”; que era el mismo examen que nos daban, pero con las respuestas correctas. A veces lo maestros después de terminar de administrar un examen, los repartían al azar y uno con “la clave” corregía el del compañero que le tocara. En fin (regresando al tema), el punto es que para saber cuan cercano a lo “perfecto” era tu dominio sobre la materia en discusión, sí existía algo perfecto con qué compararlo. Aqui entraré en camisas de once varas. Con mucho respeto dejo que mi mente y corazón dirijan mis palabras… Entonces, siendo Dios, el ser supremo creador