Érase una vez… un niño que soñaba con ser astronauta. Se llamaba Timoteo. Desde muy pequeño le decía a sus padres y a todos sus amigos que, cuando fuera grande, sería astronauta. Timoteo era naturalmente hábil para las ciencias, su mente curiosa le hacía descubrir fórmulas y soluciones sin el mayor esfuerzo. El chico prometía… Todos apostaban a Timoteo.
Con el pasar de los años sus dones, esas virtudes y capacidades innatas, se iban estancando. Timoteo había llegado a este mundo equipado con todo lo que necesitaba para lograr sus sueños, pero tenía que potenciarlo. El problema era que él entendía que no era necesario. Pensaba que lo dado le bastaba y no quería desarrollarlo. «Querer» implica estar dispuesto y él no lo estaba. No quería estudiar, ejecutar, moverse, esforzarse. En buen español, no quería pasar trabajo. Timoteo se conformaba con vivir de sueños y escogía morir soñando.
Esta vez, me nació escribir en forma de cuento. Sé que puede parecer infantil, pero la moraleja, la reflexión a la que invito, sigue siendo la misma: ¡la incoherencia humana! Que, a decir verdad, aplica -más que a niños- a manganzones.
¿Cuántos Timoteos conocemos? ¿Cuántos somos Timoteo? ¿Cuántos dicen querer hacer cosas que nunca hacen? ¿Cuántos pregonan palabras muertas que no se cumplen? ¿Cuántos quieren, sueñan y mueren por lograr algo pero no están dispuestos a tomar acción, a sacrificar, a cambiar, a transformarse como sea necesario para materializarlo? No es lo mismo ir al espacio que vivir «espaciado».
Siempre se puede ser la persona que aspira y sueña, es un buen comienzo. Sin embargo, hace falta valentía, voluntad y acción para vivir realidades. Es preciso hacer un alto y escoger entre ser soñador o SER LO SOÑADO…
Yz [23.Abril.2013]
Jovencita usted es una cajita de sorpresas. Me encanta leer tus escritos, son frescos, alientan y salen de tu corazón. Enhorabuena, sigue hacia adelate con tu simpatía y formalidad.